Presentada por Angélica Tanarro, ayer nos leyó poemas Elena Medel de su libro Chatterton. La presentación que hizo Angélica nos la ha cedido y refleja bien los significados de la obra de la joven poeta Medel.
Angélica Tanarro
Cuando llegó a mis manos el
libro de Elena Medel que hoy nos ha congregado aquí, me sorprendió la etiqueta:
Premio Fundación Loewe a la Creación Joven. ¿Joven? Me pregunté, a sabiendas de
que ella lo es efectivamente. (Me considero yo así y tengo muchos años más que
ella). ¿Cuándo un creador se libra de los apellidos? De las Etiquetas. Lidiamos
con ellas, a diario. Son esas muletas con las que intentamos clasificar lo inclasificable, hacernos
señales que nos ayuden en la niebla de los días. Ya sabemos. Pero yo me
insistía, si lleva ya mucho tiempo siendo una poeta reconocida... Joven cuando
nos mostró en las pasarelas interiores de la poesía su primer bikini. Pero
ahora...
No es raro. Mi yo periodista
echa mano de los datos. Así que los busqué. Soy muy mala para las fechas. Y sí,
aquí donde la ven, tiene solo 28 años pero un camino recorrido. Un camino que
parece mucho más largo. Tras recibir el premio Andalucía joven (¿qué les dije?)
con 16 añitos por 'Mi primer bikini', publicó otros dos poemarios,
'Vacaciones', 'Tara' y el cuaderno 'Un soplo en el corazón'. También, siguiendo
con los datos se podría destacar que, a pesar de su juventud, su obra ha sido
traducida ya al alemán, árabe, esloveno, inglés, italiano, polaco y portugués.
Nada menos. Y que está en numerosas antologías.
Mi yo poeta, sin embargo,
prefiere buscarle explicación a la wikipedia: la poesía ¿no es al fin y al cabo
un modo de vivir más intensamente? La respuesta es sí, sin duda. Y algo de eso
hay en este libro de título tan atractivo: 'Chatterton'.
Me toca presentarlo. Algo que
hago con mucho placer pero con la misma perplejidad con la que asumo siempre
estas tareas. ¿Presentar un libro, este libro? ¿Qué otra cosa podría decir que
'aquí lo tienen, léanlo, no se van a arrepentir'? Yo lo he hecho. Más de una
vez. Y por supuesto no me arrepiento, y no solo porque en uno de sus poemas
esté encerrada una de esas coincidencias cósmicas que se dan entre poetas en
particular, y seres humanos en general. Y que me ha devuelto parte de mi
infancia y mi adolescencia enredada en un paisaje de mi ciudad natal. No. Por supuesto. No solo por
eso.
'Chatterton' es un título con reminiscencias prerrománticas,
que trae adherido uno de mis cuadros favoritos de mis amados prerrafaelitas...¿Qué decir de él? ¿Y de su
autora?
Mi yo crítico, ese que anda
enredado entre reseñas y análisis en el suplemento literario de El Norte de
Castilla podría hablar de las características de su poesía, esa poesía
narrativa que nos va contando una historia que nos agarra con presunta suavidad
por el cuello y cuando nos suelta nos deja en suspenso, con un regusto
agridulce o con una sonrisa un poco amarga, que procede de un controlado manejo
de la ironía. Quizá un control que ha aprendido leyendo a una maestra en esto
del manejo de la ironía con mano de hierro y guante de seda, otra poeta también
narrativa e irónica como Wislawa Szymborska, que aparece en algún pasaje del libro...
Podría decir que
efectivamente su voz es radicalmente femenina, (como se decía para mal, porque
lo decían críticos misóginos, de la poesía de Silvia Plath o de la de Anne
Sexton) aunque esto no sea más que otra etiqueta un poco obvia. Lo es claro. Elena
mira el mundo con ojos de mujer y con manos, voz y alma de mujer queda dicho,
pero su experiencia es también la de muchas personas no importa el género, que
se pueden ver reflejadas en sus versos.
Incluso podría hablar de un
libro generacional, pues su relato nos acerca a esos relatos en prosa, y sin
argumentos estéticos en los que apoyarse, de tantas personas de su edad que se
encuentran en el aquí y ahora de nuestro país, de nuestro entorno geográfico, y
a quienes de alguna manera se está robando parte de su futuro, o al menos se
les ha entregado descolorido, muy distinto al que se les había pintado de
niños. Se ha dicho que es por tanto un libro del desencanto, creo que ella
misma lo ha admitido así en alguna
entrevista o ha estado de acuerdo con el rótulo. Fracaso y desengaño son
palabras que se asoman sin crudeza desde sus páginas. Y sin embargo todo esto, con
ser cierto, o al menos parcialmente cierto, se me queda corto. Me parece
insuficiente. Etiquetas, una vez más que explican poco.
Pero, me digo, ¿hay algo que
explicar? ¿La poesía no es una decisión que alguien toma por nosotros sin que
apenas podamos resistirnos? ¿O esto que digo es solo una excusa romántica más?
Una estrategia artificiosa que 'Chatterton' compartiría sin dudar. Sea lo que sea no importa
demasiado. Porque el libro es mucho más que todos esos
rótulos a los que se les ve las costuras. Porque un poemario cuando lo es
verdaderamente no cabe en las etiquetas. Y juega con el lector, trata de
despistarlo, como haría, como hizo una y otra vez, el personaje invocado en su
título. Empezando por su tamaño ¿No
ven? Parece breve. Conté quince poemas. Pero no se dejen engañar. El libro hay
que leerlo hacia dentro, hacia abajo, es decir, hacia lo hondo. Dejándose
llevar como hizo Alicia en el País de las Maravillas persiguiendo al conejo,
dejándonos caer en el túnel donde quizá encontremos alguna respuesta prometida.
Aceptemos las reglas del juego que Elena nos propone y no nos importe si es
ella la que lleva las riendas y juega a despistarnos. Como en el poema en el
que dialoga con el fantasma de Chatterton, el hombre, el literato -quizá haya
que decirlo ya- que fingió ser tantas veces quien no era y acabó suicidándose
cuando se cansó de su propio juego. Comienza así ese poema que inaugura el
capítulo 'Cuando me preguntan si escribo respondo que ya no':
“Mentí durante diecisiete
años. Mentí después/ en todos mis poemas. He mentido durante los diez/ años
siguientes. Acércate, soy / como tú. Escucha como late mi corazón/ perverso…"
Pero el lector sabe a estas
alturas del libro que su autora no miente. Que si hay algo en estas páginas es
una verdad que está a la vista de todos, pero para la que son necesarios los
ojos y la perspectiva de la poesía. Para verla, pero también para aceptarla. Por eso no me parece un libro
desesperanzado, sino todo lo contrario. Si nos fijamos bien, la poesía es su
propia esperanza. Como en ese poema titulado
'Los mortales se nutren de trabajo y salario' y que invoca a Hölderlin en su
prólogo:
“Es miércoles. Es noviembre.
Hace
frío,
y en el restaurante frente a
la estación
cinco mujeres rápidas apuran
sus bandejas.
Bajo el abrigo, la maleta
–las otras dos
protegen el respaldo—cuatro
mujeres
en orden
a las cuatro de la tarde
disuelven su consuelo en el
café de un euro.
Comida rápida,
paño de las mujeres solas”
Mi yo periodista le
preguntaría a Elena Medel por qué las mujeres están tan solas en sus poemas. Mi
yo poeta no lo necesita. Las de mis poemas suelen estar bastante solas también. Entonces, ¿por qué digo -insisto- que no es un libro desesperanzado? Apenas puedo responder a esa pregunta. Es
una sensación de lectura. Pero afirmo que del libro emana luz. Tiene luz la maceta de
hortensias de la terraza, aunque sepamos que una flor trasplantada desde su
tierra natal a una tierra extraña tenga los días contados, tiene luz esa madre
con dos hijos que se desplaza al centro en transporte público, tiene luz la
plegaria por la hermana que se despide, como la tienen otros afectos repartidos
por el libro.
Que nadie se equivoque, se
pueden decir las cosas más duras con pocas, exactas y contundentes palabras. Si
además son poesía, como en este caso, no añadirán negrura al mensaje, pero no
serán blandas, no cometerán el pecado de la ñoñería, no se alinearán al lado de
los cursis, no harán un canto a la obviedad. Por el contrario, aquí lo vemos,
la luz que arrojen los poemas nos mostrará los contornos de la vida, el ritmo
de su latido, y ese latido será nuestra esperanza. O dicho con otras palabras:
Honrar el hecho de estar vivos, lo llama Lobo Antunes ese poeta que nunca
escribe versos.
Pero para finalizar y ya que
hablamos de juegos y engaños terminaré contradiciéndome y poniendo yo misma una
etiqueta. Una etiqueta que se rebele contra los otros apellidos. Estamos ante
un libro muy maduro que espero contra lo expuesto en el rótulo del último
capítulo que sea el inicio del resto de su vida literaria. Porque está claro
que, inevitablemente, Elena Medel ha aprendido quizá una lección tan agridulce
como irremediable en este tiempo de silencio que ha precedido al poemario y si
la lección vital ha sido provechosa nos esperan más felices libros suyos,
aunque los leamos con una mano en el corazón acongojado.
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