jueves, 10 de abril de 2014

Chatterton o los poemas últimos de Elena Medel




Presentada por Angélica Tanarro, ayer nos leyó poemas Elena Medel de su libro Chatterton. La presentación que hizo Angélica nos la ha cedido y refleja bien los significados de la obra de la joven poeta Medel.




Angélica Tanarro
  
Cuando llegó a mis manos el libro de Elena Medel que hoy nos ha congregado aquí, me sorprendió la etiqueta: Premio Fundación Loewe a la Creación Joven. ¿Joven? Me pregunté, a sabiendas de que ella lo es efectivamente. (Me considero yo así y tengo muchos años más que ella). ¿Cuándo un creador se libra de los apellidos? De las Etiquetas. Lidiamos con ellas, a diario. Son esas muletas con las que intentamos  clasificar lo inclasificable, hacernos señales que nos ayuden en la niebla de los días. Ya sabemos. Pero yo me insistía, si lleva ya mucho tiempo siendo una poeta reconocida... Joven cuando nos mostró en las pasarelas interiores de la poesía su primer bikini. Pero ahora...

No es raro. Mi yo periodista echa mano de los datos. Así que los busqué. Soy muy mala para las fechas. Y sí, aquí donde la ven, tiene solo 28 años pero un camino recorrido. Un camino que parece mucho más largo. Tras recibir el premio Andalucía joven (¿qué les dije?) con 16 añitos por 'Mi primer bikini', publicó otros dos poemarios, 'Vacaciones', 'Tara' y el cuaderno 'Un soplo en el corazón'. También, siguiendo con los datos se podría destacar que, a pesar de su juventud, su obra ha sido traducida ya al alemán, árabe, esloveno, inglés, italiano, polaco y portugués. Nada menos. Y que está en numerosas antologías.

Mi yo poeta, sin embargo, prefiere buscarle explicación a la wikipedia: la poesía ¿no es al fin y al cabo un modo de vivir más intensamente? La respuesta es sí, sin duda. Y algo de eso hay en este libro de título tan atractivo: 'Chatterton'.




Me toca presentarlo. Algo que hago con mucho placer pero con la misma perplejidad con la que asumo siempre estas tareas. ¿Presentar un libro, este libro? ¿Qué otra cosa podría decir que 'aquí lo tienen, léanlo, no se van a arrepentir'? Yo lo he hecho. Más de una vez. Y por supuesto no me arrepiento, y no solo porque en uno de sus poemas esté encerrada una de esas coincidencias cósmicas que se dan entre poetas en particular, y seres humanos en general. Y que me ha devuelto parte de mi infancia y mi adolescencia enredada en un paisaje de mi ciudad natal. No. Por supuesto. No solo por eso.

'Chatterton'  es un título con reminiscencias prerrománticas, que trae adherido uno de mis cuadros favoritos de mis amados prerrafaelitas...¿Qué decir de él? ¿Y de su autora?

Mi yo crítico, ese que anda enredado entre reseñas y análisis en el suplemento literario de El Norte de Castilla podría hablar de las características de su poesía, esa poesía narrativa que nos va contando una historia que nos agarra con presunta suavidad por el cuello y cuando nos suelta nos deja en suspenso, con un regusto agridulce o con una sonrisa un poco amarga, que procede de un controlado manejo de la ironía. Quizá un control que ha aprendido leyendo a una maestra en esto del manejo de la ironía con mano de hierro y guante de seda, otra poeta también narrativa e irónica como Wislawa Szymborska, que aparece en algún pasaje del libro...




Podría decir que efectivamente su voz es radicalmente femenina, (como se decía para mal, porque lo decían críticos misóginos, de la poesía de Silvia Plath o de la de Anne Sexton) aunque esto no sea más que otra etiqueta un poco obvia. Lo es claro. Elena mira el mundo con ojos de mujer y con manos, voz y alma de mujer queda dicho, pero su experiencia es también la de muchas personas no importa el género, que se pueden ver reflejadas en sus versos.

Incluso podría hablar de un libro generacional, pues su relato nos acerca a esos relatos en prosa, y sin argumentos estéticos en los que apoyarse, de tantas personas de su edad que se encuentran en el aquí y ahora de nuestro país, de nuestro entorno geográfico, y a quienes de alguna manera se está robando parte de su futuro, o al menos se les ha entregado descolorido, muy distinto al que se les había pintado de niños. Se ha dicho que es por tanto un libro del desencanto, creo que ella misma lo ha admitido  así en alguna entrevista o ha estado de acuerdo con el rótulo. Fracaso y desengaño son palabras que se asoman sin crudeza desde sus páginas. Y sin embargo todo esto, con ser cierto, o al menos parcialmente cierto, se me queda corto. Me parece insuficiente. Etiquetas, una vez más que explican poco.




Pero, me digo, ¿hay algo que explicar? ¿La poesía no es una decisión que alguien toma por nosotros sin que apenas podamos resistirnos? ¿O esto que digo es solo una excusa romántica más? Una estrategia artificiosa que 'Chatterton' compartiría sin dudar. Sea lo que sea no importa demasiado.  Porque el libro es mucho más que todos esos rótulos a los que se les ve las costuras. Porque un poemario cuando lo es verdaderamente no cabe en las etiquetas. Y juega con el lector, trata de despistarlo, como haría, como hizo una y otra vez, el personaje invocado en su título. Empezando por su tamaño ¿No ven? Parece breve. Conté quince poemas. Pero no se dejen engañar. El libro hay que leerlo hacia dentro, hacia abajo, es decir, hacia lo hondo. Dejándose llevar como hizo Alicia en el País de las Maravillas persiguiendo al conejo, dejándonos caer en el túnel donde quizá encontremos alguna respuesta prometida. Aceptemos las reglas del juego que Elena nos propone y no nos importe si es ella la que lleva las riendas y juega a despistarnos. Como en el poema en el que dialoga con el fantasma de Chatterton, el hombre, el literato -quizá haya que decirlo ya- que fingió ser tantas veces quien no era y acabó suicidándose cuando se cansó de su propio juego. Comienza así ese poema que inaugura el capítulo 'Cuando me preguntan si escribo respondo que ya no':

“Mentí durante diecisiete años. Mentí después/ en todos mis poemas. He mentido durante los diez/ años siguientes. Acércate, soy / como tú. Escucha como late mi corazón/ perverso…"




Pero el lector sabe a estas alturas del libro que su autora no miente. Que si hay algo en estas páginas es una verdad que está a la vista de todos, pero para la que son necesarios los ojos y la perspectiva de la poesía. Para verla, pero también para aceptarla. Por eso no me parece un libro desesperanzado, sino todo lo contrario. Si nos fijamos bien, la poesía es su propia esperanza. Como en ese poema titulado 'Los mortales se nutren de trabajo y salario' y que invoca a Hölderlin en su prólogo:

“Es miércoles. Es noviembre. Hace
frío,

y en el restaurante frente a la estación
cinco mujeres rápidas apuran sus bandejas.
Bajo el abrigo, la maleta –las otras dos
protegen el respaldo—cuatro mujeres
en orden
a las cuatro de la tarde
disuelven su consuelo en el café de un euro.

Comida rápida,
paño de las mujeres solas”




Mi yo periodista le preguntaría a Elena Medel por qué las mujeres están tan solas en sus poemas. Mi yo poeta no lo necesita. Las de mis poemas suelen estar bastante solas también. Entonces, ¿por qué digo -insisto- que no es un libro desesperanzado? Apenas puedo responder a esa pregunta. Es una sensación de lectura. Pero afirmo que del libro emana luz. Tiene luz la maceta de hortensias de la terraza, aunque sepamos que una flor trasplantada desde su tierra natal a una tierra extraña tenga los días contados, tiene luz esa madre con dos hijos que se desplaza al centro en transporte público, tiene luz la plegaria por la hermana que se despide, como la tienen otros afectos repartidos por el libro.

Que nadie se equivoque, se pueden decir las cosas más duras con pocas, exactas y contundentes palabras. Si además son poesía, como en este caso, no añadirán negrura al mensaje, pero no serán blandas, no cometerán el pecado de la ñoñería, no se alinearán al lado de los cursis, no harán un canto a la obviedad. Por el contrario, aquí lo vemos, la luz que arrojen los poemas nos mostrará los contornos de la vida, el ritmo de su latido, y ese latido será nuestra esperanza. O dicho con otras palabras: Honrar el hecho de estar vivos, lo llama Lobo Antunes ese poeta que nunca escribe versos.

Pero para finalizar y ya que hablamos de juegos y engaños terminaré contradiciéndome y poniendo yo misma una etiqueta. Una etiqueta que se rebele contra los otros apellidos. Estamos ante un libro muy maduro que espero contra lo expuesto en el rótulo del último capítulo que sea el inicio del resto de su vida literaria. Porque está claro que, inevitablemente, Elena Medel ha aprendido quizá una lección tan agridulce como irremediable en este tiempo de silencio que ha precedido al poemario y si la lección vital ha sido provechosa nos esperan más felices libros suyos, aunque los leamos con una mano en el corazón acongojado.





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